Se lamentaba por la ausencia del ser amado, lloriqueaba por los rincones por el amor que se cultivó y que se quedó sembrado sin dar fruto alguno, mas que a la imaginación continua. Se divertía cantando su amor, lo externaba con tanta naturalidad que parecía correspondido.
Un día decidió dar el salto de la nube, llena de miedo se aventó al vacío, era un trayecto tortuoso, pero trató de buscar caer con estilo, se deslizó suavemente hasta que por fin con ayuda de una mano amiga tocó tierra, la tierra era pantanosa, pegajosa, un terreno denso. En ese espacio su caminar tenía cierto grado de astenia, el cual nunca le impidió dar el paso.
Se encontró a una mujer, habló con ella como si fuera su hermana, le explicó cada momento que había pasado disfrutando, imaginando, extrañando. No sabía que le pasaba, lo único certero que ella misma percibía era la confusión que la rodeaba. Sabía lo que quería, estaba decidida y consiente de lo que merecía, pero no discernía, no escogía, era como estar enfrente de las mejores frutas, platos llenos de manzanas perfectas, de mangos suculentos, de fresas dulces, naranjas jugosas, duraznos aromáticos, tanta diversidad le provocaba desconfianza en su elección, dudaba del amor que emanaban, tenía miedo de haber amado sin sentido, tenía miedo de no ser amada y deseaba de la misma manera que ella lo hacía.
Al fin dijo - No por que sea exitoso, brillante, comprometido con el mundo, atractivo; debo amarle y deba amarme- En esa momento, irónicamente la mujer dijo- Sí, tienes razón, seguramente tu hombre está plantando calabazas en algún lugar del mundo-.
Se rió, pensó por un momento en ir en busca de plantíos de calabazas, afortunadamente se iluminó, no buscaría a ningún sembrador, ni tampoco volvería a la nube de la que había bajado, no emprendería ninguna otra búsqueda hasta que se encontrara a sí misma.
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