Nuestro cuerpo está lleno de sensores, somos altamente receptores a los eventos externos que nos rodean, incluso a eventos que suceden lejos de nosotros. Por ejemplo, pienso en las madres, quienes siempre llaman en el momento más o menos oportuno, como algo mágico ellas siempre saben lo que está sucediendo aunque no lo digamos. Claro, no sólo las madres tienen estos super poderes receptores, también los hermanos, los mejores amigos, o alguien que nos ama, ellos pueden sentirnos incluso cuando estén lejos de nosotros.
¿ Y qué pasa cuando sentimos a alguien muy cerca de nosotros?
Pues pueden pasar muchas cosas, desde la peor sensación, por ejemplo cuando vas en el metro y sientes al sujeto de al lado sudado, o cuando alguien en el transporte público estornuda muy cerca de ti, puedes percibir fluidos tan desagradables que terminas sintiéndote incomodo en ese espacio; pero también cuando sientes a alguien muy cerca, puedes experimentar las mejores sensaciones físicas.
La caricia primera hacia un bebé, es una de esas mejores sensaciones, o cuando das tu primer beso, o cuando estás tan enamorado de alguien y ves a esa persona sientes un continuo revoloteo estomacal, cuando alguien te gusta demasiado y tienes un primer contacto corporal con esa persona, todo se vuelve mágico, se borra todo en la cabeza, se siente un momento atemporal, es el segundo esperado que transforma el entorno, es una sobredosis de endorfinas en el cuerpo que te hace flotar.
Pero en el arte de sentir no se trata de disfrutar sólo lo que alguien siente, sino lo que el otro también está sintiendo, sentir el nerviosismo del otro a través de su tacto te dice que están vibrando igual, percibir el latido de un corazón acelerado es darte cuenta que el otro también es humano y que juntos están compartiendo una vida.
¿Y por qué no acariciarnos siempre?
Eso no siempre se puede, tampoco siempre se puede acariciar igual a todos. Pero, sí es posible acariciar tiernamente de una forma inocente y sin alevosía a las personas que queremos, no hablo de caricias indiferentes ni sin sentido, hablo de las caricias por las caricias, de esas que se dan por el simple hecho de sentir y disfrutar la presencia ajena, con respeto al otro y descubriendo lo que el otro siente y lo que se siente al sentir lo que él siente.
Jugando a quién siente más descubrí que siento mucho, sintiendo mucho descubrí que no sé sentir, y no sintiendo siento mucho.